Se llego la fecha en que cumpliríamos un año sin saber de
ti. Temía al día porque sabía que iba a ser pesado para mi corazón y no solo lo
fue, si no que mi cuerpo lo resintió. Un mes de enfermedades, entre
infecciones, gripe, dolor muscular y ronchas. “Crisis de sanación” le dicen.
Tal vez de verdad estoy dejándote ir. Lo digo y lo he
escrito, te lo escribí en esa carta que enterré en el lugar que elegí para que “descanses”
simbólicamente claro. Lo hice con una misa que confirma en voz de alguien más
tu eterno descanso. Lo estoy haciendo al tratar de poner en orden mi vida.
Sin embargo hay algo dentro de mi que aún alberga una
esperanza… estos sueños tan claros en donde regresas y te veo y te abrazo y te
pongo al tanto de todo. Esta añoranza de platicar contigo, de escuchar tu voz
ronca, tus consejos y tus chistes. Este sentimiento de que no te has ido, no se
si porque te sigo sintiendo en todo o porque mi alma sabe que aquí sigues.
No sé. Tal vez nunca me dejen saberlo. Pero te extraño mami.
Te extraño en la cotidianeidad del día a día, en los momentos especiales como este 15 de septiembre donde tu pavoneabas tu orgullo mexicano. Te extraño para llorar, para pedirte tu opinión, para que te alegres por algún buen acto, para que me pusieras vicks en los pies ahora que me enferme.
Siempre te voy a extrañar, cada año, cada mes, cada día de mi vida.